A
inicios de 1967 La Primerísima de Tommy Olivencia fue invitada a tocar en los
tradicionales carnavales de las Islas Guadalupe (Guadeloupe en francés), una
gran fiesta popular que se realiza cada año y que se extiende hasta Martinica y
el resto de islas de las Pequeñas Antillas.
Guadalupe
es un archipiélago de poca extensión correspondiente a las Antillas, ubicado en
el Mar Caribe, a 600 km al norte de las costas de América del Sur y al sureste
de la República Dominicana. La Isla es preciosa, posee una selva tropical
repleta de vida salvaje y espectacular. El territorio está formado por montañas
bellísimas y playas paradisíacas de arena blanca. Su población está compuesta
mayormente por descendientes de esclavos africanos que se asentaron allí hace
muchísimos años, lo que hace que su idioma sea una mezcla muy particular de
francés criollo e idioma de sus antepasados.
No
era la primera vez que Olivencia y su orquesta tocaba en las Islas
Guadalupe. La Primerísima había hecho varios viajes al territorio insular desde
1962 para actuar en festivales y amenizar fiestas privadas. Sin embargo, en
esta ocasión, los organizadores del Carnaval habían solicitado específicamente
la presencia de Ismael Rivera quien era muy admirado en Guadalupe y apenas
unos meses antes había recobrado su libertad.
El
jueves 2 de febrero de 1967 La Primerísima llegó a Guadalupe proveniente de
Puerto Rico llevando entre sus filas a El Sonero Mayor quien esa misma
noche cantaría por primera vez en la isla.
Cabe
resaltar que entre 1967 y 1968, período posterior a su reclusión en la cárcel,
antes de organizar su orquesta Los Cachimbos Ismael Rivera se desenvolvió como
cantante freelance en Puerto Rico y New York, y cantó como invitado de varias
orquestas, entre ellas las de Tito Puente, Kako Bastar, Alfarona X y el
Conjunto Marianaxi, por mencionar solamente algunas, por lo que verlo como
huésped de la banda de Tommy Olivencia no era extraño.
Pues
bien, llegadas las 9 de la noche, el cinema Rex de Pointe-à-Pitre estaba
abarrotado por el público que, inquieto, curioso e impaciente, deseaba ver al
famoso Ismael Rivera acompañado de La Primerísima, la orquesta favorita de los
carnavales de Guadalupe. Cuando de pronto las cortinas del escenario se
abrieron lentamente y apareció en escena la figura imponente del ‘Brujo de
Borinquen’ quien iba vestido con un fino smoking de alto cuello blanco, seguido
de Chamaco Ramírez y Paquito Guzmán, la delantera vocal de la orquesta de Tommy
Olivencia.
Esa noche El Sonero Mayor complació a todos sus admiradores,
quienes disfrutaron de la exquisitez de sus recursos vocales y de esa
insuperable capacidad de inspiración para sonear las más conocidas canciones de
su repertorio, que siempre lo caracterizó, consagrándose como el promotor de la
música puertorriqueña de aquella época. Chamaco Ramírez desencadenaría
igualmente la pasión del público interpretando en español las canciones de
Henri Debs, un famoso compositor e intérprete guadalupano. Paquito Guzmán,
lleno de presencia, fascinó a la audiencia particularmente con sus interpretaciones
de boleros. La agrupación de Tommy Olivencia estuvo en excelente forma e hizo
que el público se pusiera de pie y bailara incansablemente el ritmo de moda por
esa época, el magnífico e infalible boogaloo.
El
éxito de la presentación fue tal que la gira se extendió hasta Martinica
convirtiéndose en uno de los mejores espectáculos de la década de los sesenta.
Meses
después de esa mágica presentación Ismael Rivera regresaría a Guadalupe de gira
con el pequeño grupo del pianista ciego Carlos Suárez, un puertorriqueño quien
además fue un aventurero tenaz. Su agrupación, con la que también actuaron
alguna vez Chivirico Dávila y Mon Rivera, tocaba en barcos para turistas, en
yates lujosos y en goletas para gente de mala vida, habiendo sufrido más de una
vez percances de toda índole en alta mar y soportado estoicamente el azote
implacable de furiosos huracanes, saliendo, no obstante, sano y salvo de todos
aquellos inesperados riesgos de naufragio, situación que también vivió alguna
vez Ismael Rivera mientras cantaba con la orquesta de Suarez y que merece una
entrada aparte.
El
paso de Ismael Rivera por los territorios insulares de las Pequeñas Antillas no
podrá ser olvidado fácilmente por los isleños; inclusive quedó inscrito en
algunas crónicas de los diarios de lengua francesa de finales de los sesenta.
Desde entonces las islas de Guadalupe y Martinica ya no son solamente famosas
por ser dos lugares encantadores e impactantes, dada la majestuosidad de su
belleza natural, sino porque hubo un tiempo en que se constituyeron en el
centro de la actividad musical para todas las Antillas francesas, quedando
marcadas a fuego para siempre en la historia de nuestra música latina por la
indeleble presencia de Ismael Rivera, como un nuevo punto de referencia para la
salsa, en el que alguna vez fuera recibido con multitudinario fervor el hijo de
la calle Calma.