A finales de los años 70 en Portobello, Panamá, Ismael Rivera fue bautizado, con afecto, como “El Brujo de Borinquen”. Con ese cariñoso apelativo de alguna manera se justificó el ‘poder de persuasión’ y esa magia particular para envolver que tenía Ismael Rivera al sonear rítmica y armoniosamente. Con su estilo particular de versar sin necesidad de comparsa y muchas veces a capela con su voz como único acompañamiento musical.
Durante algún tiempo hubo rumores acerca de su vinculación con la santería y su simpatía por “Olorun” el Dios Yoruba y los Orishas (Orizas), equivalentes a los santos católicos, quienes fungen como intermediarios para llegar a Olorum u Olodumare. Sin embargo no hay evidencia física que compruebe dichos rumores, tan solo testimonios y algunos gritos de alabanza o bendiciones en lengua Lucumí lanzadas por “El Rey Maelo” al cantar. Esas alabanzas y bendiciones evidenciaban un estado de su vida pleno de energía espiritual arraigada en el ashe y su simpatía por esta religión tradicional nigeriana, llevada a Puerto Rico por africanos desde los tiempos de la esclavitud. Se destaca el popular grito ¡ecua jei! que no es una palabra con un significado concreto, sino que forma parte del saludo a Orisha o una especie de bendición.
¿Qué si era religioso?, pues sí que lo era. Creía en un Cristo Negro caribeño y no en el Cristo blanco que creían los demás. Su Cristo era como él, un negro de ébano al que se entregó para alejarse de las drogas como ya he contado en anteriores publicaciones.
¿Qué si era brujo? ¡Claro que lo era! Murió, lo lloraron y lo enterraron y treinta y dos años después sigue vigente y encantando con su música a pesar del tiempo.